sábado, 24 de septiembre de 2011

Capítulo 3. Con luz propia.


Sin saber cómo, una hora después, todos están sentados alrededor de la mesa de un bar, a pesar del disconforme entre Diego y Francesco. Naiara sonríe, apresada por los ojos de Alessandro y por el cuerpo de Ángel. Está contenta además, porque ya nadie parece acordarse de las ganas de ir a bailar a una discoteca.
-Entonces, ¿Eráis vosotros?
Leyre ríe, parece estar muy cómoda allí. Sentada entre Diego e Inés, escucha atentamente los relatos que esos tres chicos mayores que ella les cuentan.
-Sí. –continúa Alessandro. – Unos chicos se metieron con nosotros e intentaron pegarle a un amigo, y nos metimos de por medio. Pero no sabía que esa pelea hubiese sido tan ‘famosa’.
-¿Estás de broma? –Anna casi grita de la expectación. –No se habló de otra cosa en una semana. Si se dijo que incluso tuvieron que hospitalizar a dos chicos…
Los tres ríen. Parecen rememorar tiempos mejores.
-Sí, eso es cierto. Pero fue por una tontería.
Por un momento Diego parece recordar algo, recibir un chispazo.
-Hablando de eso, creo que esos chicos van mañana a la cena de graduación. ¿Qué hacemos si nos los encontramos?
Inés mira a Layre inquisitivamente, y a ninguno le pasa por alto.
-¿Qué pasa?
La pregunta ha salido de labios de Ángel. Todos lo miran extrañados, ya que lleva callado toda la noche.
-Leyre y yo también vamos a la cena de graduación.
-Pero, ¿Cuántos años tenéis?
Ambas ríen.
-¿Cuántos nos echas?
En ese momento, un montón de sentimientos contradictorios llegan a esa mesa desde diferentes mentes. Naiara y Anna se miran entre ellas, celosas como siempre de sus dos amigas. Tienen mejor cuerpo y mejor carácter, y nunca soportarán eso. Alessandro sonríe escéptico, sabiendo la respuesta, ya que Leyre le dijo su edad el día anterior. Lucas sonríe hacia sus adentros. No está celoso, sabe que a Inés y a su amiga les encanta mostrar ese cuerpo que tanto les ha costado conseguir, pero también sabe que solo él conoce cada rincón de esa piel con total seguridad. Diego está sonrojado, no sabe dónde meterse. Y no sabe que contestarle. Sabe que si abre la boca en ese momento o único que sería capaz de decirle es lo preciosa que le parece. Francesco se muere de celos por dentro. No quiere que nadie se fije en Leyre, que la mire, que la observen, que la… deseen. Esa idea lo vuelve loco. Y Ángel… Ángel sonríe por primera vez en toda la noche, encantado y encandilado por el juego de esas dos muchachas, embrujado en sus ojos.
-¿Es una pregunta trampa?
-Imbécil.
-Tenemos 17 años, pero vamos a la cena de graduación desde los 15.
-Pero Inés, yo quería saber qué edad nos echaban.
-¿Pero vais todos?
-Que va, solo nosotras dos.
-¿Y que os parecería compartir mesa con tres encandores caballeros?


Un toque de rímel por aquí y pintalabios rojos un poco más a la derecha. Una riza sus pestañas mientras la otra se alisa el pelo, que le cae como una cascada rubia por la espalda. Leyre a preferido tirabuzones, y ahora su pelo enmarca una cara medianamente morena y un tanto maquillada. Los ojos azules de Inés resaltan, con unas largas pestañas negras y un eyeliner de color azul marino. Un poco de purpurina en los hombro las hace brillar casi con luz propia. Una con los labios rojo sangre y la otra con un color neutro brillante, salen de aquel baño digno de cualquier maquillador experto.
-Vamos a llegar tarde.
-Como siempre.
-Pero es que hemos quedado con ellos en media hora.
-Nos ponemos los vestidos y los zapatos y nos vamos.
-Déjame tus tacones negros.
-¿Los normales o los de plataforma?
-Los de plataforma.



-Eh chicos, ¿Qué hora es?
-Casi y media, ya deberían estar aquí.
-¿Quiénes?
Emilio parece estar en otra órbita. No sabía que sus amigos habían quedado con alguien.
-Inés y Leyre.
-¿Quiénes son esas?
-Luego las conocerás. Por allí viene Ángel.
-Hola a todos… Me han llamado Inés y Leyre, dicen que vayamos entrando y cogiendo mesa, que se retrasarán un poco.



-Te dije que llegábamos tarde.
-¿Por qué os tengo que sacar yo siempre del apuro?
Marcos refunfuña divertido en el asiento de adelante. En el asiento del copiloto está sentada Inés, y detrás va Leyre.
-¿Y por qué siempre se sienta Inés delante si tu eres mi hermano y no el suyo?
-Por qué siempre llegamos tarde por tu culpa.
-Y porque total, es como si fuera mi hermana también, ya que aquí hemos crecido todos juntos.
Los tres sonríen ante ese comentario. Marcos tiene razón, sus familias siempre han sido como una sola. Todos menos Raúl, el hermano mayor de Inés, que desde que se fue a vivir fuera ni si quiera se preocupa por sus hermanos pequeños…
-¿Y os dejan entrar en la cena?
-Sí, ¿Por qué no iban a dejarnos?
-Tenéis 17 años.
-Pero aparentamos más, y eso es lo importante.


Un restaurante casi a las afueras de la ciudad que hoy rebosa gente joven.  En un salón enorme en el que abundan mesas redondas con cubiertos perfectamente colocados. Las copas tintinean y las chicas corren de aquí a allá intentando llamar la atención. No todas lo consiguen. Antiguos alumnos que vienen por hacer bulto hablan con profesores de los cuales casi no recuerdan los nombres. Mientras tanto, cinco personas esperan sentadas alrededor de una mesa a la entrada triunfal de sus dos acompañantes de hoy.
-Lucia, ¿Cómo es que no vienen tus amigas?
-Por que se han echado atrás en el último momento, y como yo si quería venir llamé a Diego y se pasó a por mí.
Ella sonríe, él le devuelve la sonrisa. A Ángel no le pasa desapercibido el brillo en los ojos de su compañera. Es guapa, pero no es el tipo de chica que le gusta a su amigo. Demasiado extrovertida quizás, morena con el pelo lacio. Y muy alta, más de lo que a él le gustaría. Se encoge de hombros imperceptiblemente. Se está montando falsas ilusiones con Diego. Ya se le pasarán.
-Eh mirad, allí vienen.



Todos parecen enmudecer a su paso. Con 17 años superan las expectativas de muchas de las personas allí presente. Inés tan seria como siempre, lleva un vestido que solo le cubre un hombro, de un color azul brillante y con algo de vuelo bajo la cintura. Unos tacones abotinados color medianoche rematan la faena. Su pelo más liso de lo normal le cubre toda la espalda y refleja un color rubio ceniza. Pero lo que más llama la atención de ella son sus ojos azules, hoy más azules que nunca. A su lado camina Leyre, sonriente. Ella va de negro, con un vestido en palabra de honor y algo más corto que el de su amiga. Además, este no tiene vuelo, por lo que marca su figura con total precisión. Como si fuera un reloj de arena. Unos simples tacones negros con algo de plataforma que esta vez no dejan entrever esas uñas siempre pintadas. Su pelo rebelde parece haberle dado hoy un día de tregua y se amolda en decenas de bucles alrededor de su cara. Más maquillada de lo habitual, parece haberse puesto hoy unas lentillas verdes, pero todo se dan cuenta de que no es así. Sus ojos brillan levemente al ver la mesa donde están sus ‘’amigos’’.



En la mesa, todos se quedan sin habla al verlas aparecer. Diego, Ángel, Alessandro y Emilio las miran con los ojos tan abiertos como platos. Pero por la mente de Lucía no pasa ni un signo de admiración. Simplemente celos. Simplemente envidia. En tres pasos más, llegan a la mesa.
-Hola a todos. 
Casi grita Leyre. Inés sonríe levemente haciendo un ademán con la mano.
-Hola chicas. Os presento a Emilio, un amigo nuestro.
Dos besos y un saludo.
-Buenas noches.
Ángel las repasa de arriba abajo, antes de comprobar la reacción de la próxima persona a la que van a conocer.
-Y esta es Lucía, una compañera de clase.
Las dos le sonríen de oreja a oreja y suena a la par:
-Buenas noches Lucía.
Por respuesta, solo reciben una palabra seca, brusca.
-Hola.
Ángel sonríe, él ya se lo esperaba. Y tiene un presentimiento. Esta cena va a dejar huella.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Capítulo 2. Caprichos del destino.


El agua de la ducha golpea con fuerza su piel semitostada por el sol del verano. Las gotas caen, recorriendo cada rincón de su cuerpo, como en una carrera para ver cual llega antes a la meta. La espuma se desliza por su pelo color ceniza, y un poco le llega a los ojos.  Se la retira rápidamente, con delicadeza, una cualidad de la que no carece ninguno de sus gestos. Y, mientras deja pasar los minutos, piensa en su amiga. ‘No sé que problema tiene. Ha tenido muchas oportunidades, con chicos de todo tipo, y nada. No quiere… No la entiendo. Somos muy diferentes…’ 
Inés sabe que Leyre es muy atrevida, hasta cierto punto.



Enfundada en unos pantalones cortos vaqueros y una camisa de gasa ancha ceñida a la cintura, camina despacio calle arriba. Sus tacones de esparto granate dejan enseñar unas uñas pintadas de rojo, y unas piernas largas y morenas seducen con un caminar digno de una modelo. Sus labios brillan levemente, y sus ojos verde  esmeralda marcados por unas largas pestañas negras lo observan todo con exagerada curiosidad.
Un chico algo mayor que ella la observa y le guiña un ojo. Ella finge no haberlo visto.
-Leyre, eres guapa, pero no te aproveches de ello, que hay algunos que no podemos resistirnos.
Una voz suena cerca de su oído. Es Francesco.
-Ni soy guapa ni me aprovecho- responde ella con una sonrisa- Si él me ha mirado, no es mi culpa.
-Es difícil no mirarte, llamas la atención.
-¿Qué? –ríe- ¿Yo, por qué?
A Francesco se le ocurren en ese momento mil maneras diferentes de cómo decirle a Leyre que la quiere, que la ama con locura, pero lo único que hace es encogerse de hombros y murmurar entre dientes:
-No sé.
A ella no le pasa desapercibido el rubor de las mejillas de su amigo. Se conocen desde poco más de un mes, pero parece que él le ha cogido bastante aprecio.
-Francesco, ¿Tú llegando tarde?
-Es que me he quedado dormido, porque mi hermano ha estado estudiando toda la noche y se ha ido temprano  a la uni, y me ha despertado. No fui capaz de volverme a dormir.
-¿Qué está estudiando tu hermano?
-Psicología. Esta mañana ha tenido su último examen.
-¿Cuántos años tiene?
-19, dos más que nosotros.



-¿Cómo es posible que Ángel llegue siempre tarde?
-Ya sabes que le gusta hacerse esperar.
-Cómo en cinco minutos no esté aquí me voy sin él.
Una voz grave los sobresalta.
-Tranquilo que ya estoy aquí.
-Seguro que te has parado a mirar a alguna chica.
Ángel sonríe misteriosamente mientras mantiene en vilo a Diego y Alessandro.
-Sí, pero no a una cualquiera. Alessandro, mira allí.
Señala con el dedo índice a un grupo de adolescentes que está a unos metros de distancia, y sus amigos giran la cabeza en esta dirección. Alessandro abre la boca sorprendido, mientras que Diego no comprende nada.
-¡Es Leyre!
-¿Quién es Leyre?
-¿Te acuerdas de la fiesta de ayer? Pues Alessandro estuvo con una muchacha…
-Pero no paso nada.
-Ah, no lo sabía. Por si os interesa, el que está al lado de vuestra amiga… ¿Laura?
-Leyre.
-Eso, Leyre, es mi hermano.
-¿Y por qué nos iba a interesar?
-No sé- dice Diego guiñando un ojo- A lo mejor quieres ir a hablar con ella.


-Entonces, ¿A dónde vamos?
Siete personas de no más de dieciocho años discuten unos metros más allá, sin darse cuenta de que están siendo juzgados a base de miradas.
-Yo quiero una heladería.
-Pero Anna, tu siempre quieres comer.
Un puñetazo va a parar al brazo de Hugo.
-¡Ay!
-Pues yo creo que lo mejor es irnos a una disctoteca.
Naiara niega rotundamente con la cabeza.
-Vamos a sentarnos en un bar a tomar una cerveza.
-Estoy con Lucas y con Inés, yo quiero irme a un pub o algo así.
Todos menos Naiara asienten con la cabeza.
-Pues hala, decidido



-Qué, ¿Os vais a acercar o no?
-Qué dices, que vergüenza…
Alessandro no puede ni terminar la frase cuando Ángel sin previo aviso se encamina hacia esa chica de ojos verdes. Sigue pensando que está demasiado delgada, pero algo en su mirada le llama. Sus amigos lo siguen y lo alcanzan en cuestión de segundos. Un paso más, y de repente, dos cuerpos chocan. Ángel llega justo cuando Leyre se da la vuelta. Él consigue mantener el equilibrio, como si estuviera encima de una cuerda floja, pero ella, tras otro paso en falso, se cae al suelo. Todos a su alrededor ríen, menos Ángel, cuya mirada es impasible, y Diego, que se ha sonrojado.
-Lo siento mucho, ¿Estás bien?
Cuando sus manos se estrechan un escalofrío recorren sus espinas dorsales. Leyre mira sus ojos color miel. Se sonroja pero esboza una gran sonrisa.
-Tranquilo, si no ha sido culpa tuya.
-Lo sé, pero no esperes que él se disculpe.
Diego señala a Ángel con un gesto de resignación. Éste se encoge de hombros.
-En realidad, tampoco ha sido culpa mía, yo no sabía que se iba a dar la vuelta.
-Ya, pero aunque sea por educación…
Francesco se mete en seguida de por medio.
-Diego, sabes que Ángel no lo hace por ser educado o dejar de serlo, es cuestión de su enorme ego.
Ángel sonríe. El hermano de su amigo siempre le ha caído bien.
-Cierto.
-Espera, Francesco, ¿Tú los conoces?
Inés le da forma a los pensamientos de todos con esa simple pregunta. Francesco asiente con la cabeza poniéndose al lado de su hermano.
-Claro que sí. Éste es mi hermano, y estos sus mejores amigos.
Leyre da un paso adelante y se colca frente Alessandro.
-Tú… me suenas.
Él sonríe.
-Vaya, veo que el alcohol de anoche te afectó más de lo que yo pensaba.
-¡Claro, ya me acuerdo! Tu eres Ale, ¿No?
-Exacto.